sábado, 10 de abril de 2010

Lo que dicen los ojos

Hace unos días, mientras esperaba a que se pusiera en verde el semáforo del paso de peatones, una señora se coloco junto a mí y dijo, en tono desairado,

– Eres un gilipollas –

A lo que volví la cara hacia ella y pude comprobar que la dicha señora no me miraba a lo ojos, que es lo mínimo que uno espera cuando le llaman tal cosa en plena calle, solo miraba hacia el semáforo esperando como yo la luz verde. Durante unas fracciones de segundo estuve a punto de preguntarle si nos conocíamos, mas no pude puesto que ella, ya con tono de cabreo dijo:

– Te he dicho que no quiero que me hables –

Con lo que mi perplejidad fue total. Fue cosa de segundos, el semáforo se puso en verde y la señora comenzó a cruzar la calle mientras decía, ya en voz más alta:

– No quiero que me llames ni pienso ya llamarte yo –

Me quede de piedra, supongo que con cara de tonto, mientras la señora siguió cruzando el paso de peatones y entonces pude ver como del oído contrario al de mi lado, le salía un pequeño cable, y como la señora seguía hablando sola, comprendí entonces que se trataba de que simplemente la señora hablaba por el móvil mientras esperaba el semáforo.

La tecnología ha variado nuestros usos y costumbres, ya no solo resulta una tragedia cuando el ordenado no funciona, la conexión a internet se cae, sino que además cuando te llaman por la calle “gilipollas” lo más probable es que la cosa no sea contigo si no con alguien que puede estar en las antípodas.

Y es que en la comunicación entre las personas es fundamental el poder ver a los ojos a tu interlocutor, esa es sin duda la mejor “maquina de la verdad” y no el artilugio ese que en su dia hizo famoso al ya fallecido Julián Lago. Atribuyen al jurista romano Cicerón la frase “"La cara es el espejo del alma, y los ojos son sus intérpretes." Y la verdad es que tiene casi siempre razón.

En lo personal y debido a mi ocupación frente a mí se sientan todo tipo de personas, de toda condición y estado, que se dice. Y en muchas ocasiones un reflejo en la cara y ojos de una de esas personas me han trasmitido, lo que luego he comprobado, de que me mentía.




Ahora bien, también existen ocasiones en que el verle a los ojos a una persona es la única forma de saber lo que está pasando en una determina ocasión. Hace algunos años se dio una historia que con tintes de infortunio resulto ser cómica.

Uno de mis clientes tenía un restaurante en la playa, así que en verano lo visitábamos, sobre todo para cenar y como me gusta hacer tertulia y el lugar y el dueño eran acogedores, pues solíamos quedarnos hasta el cierre. Así que de forma tangencial conocí a la esposa de uno de los cocineros que lo venía a buscar, una buena moza que no pasaba desapercibida. La vimos varias veces durante todo un verano.

A la temporada siguiente cuando mi cliente vino a vernos a nuestro despacho para abrir de nuevo el restaurante nos conto que su cocinero no podía incorporarse de momento puesto que acaba esa misma semana de quedarse viudo y con uno o dos hijos pequeños, lo que era pues compresible y sirvió para que nos enteráramos que durante el invierno pasado aquella mujer había sufrió una enfermedad de esas que te llevan a la tumba en dos días.

La cosa hubiera quedado ahí si no fuera porque al año siguiente, por casualidad me quede a dormir en un pueblo de Jaén, en plena Sierra Morena, justo pasado el famoso paso de “despeñaperros”, justo donde se dio la decisiva batalla de las “navas de Tolosa”  con la que se inicia la reconquista de la península ibérica y con ello la expulsión de los árabes del Al-Ándalus, algo que dicen que Bin Laden, está obsesionado con recuperar  , ese pueblo se llama la Carolina en honor a Carlos III y en esta zona vivió un místico español que nadie conoce por su nombre que era Juan de Yepes Álvarez . Nos alojamos en un hotel de la carretera general y le pedimos al recepcionista del hotel que nos indicar donde podíamos ir a cenar en plan tapeo y nos indicara dos establecimiento del lugar en direcciones distintas, así que al salir nos interrogamos hacia cuál de ellos nos íbamos y mi acompáñate dijo pues para este.




Así fuimos a parar al tipo bar de tapas andaluz, lleno de gente, de humo, de ruido y de mil tapas. Nos sentamos en una mesita y pedimos de todo lo que se nos ocurrió y charlando estábamos cuando descubrí que en la barra, abarrotada de gente, estaba la buena moza esposa del cocinero del restaurante de mi amigo, por cierto bien acompañada por un jayán “moreno obra”, con el que intercambia arrullos. Además llevaba un traje de lunares, que yo ya le había visto y que le quedaba de maravilla.

Ni que decir tiene que lo primero en que pensé fue en acércame haciéndome encontradizo, pero pensé que antes de abordarla la iba a dar una sorpresa mayor, asi que me levante me fui a la barra, busque un hueco entre la pareja me metí pidiendo disculpas y mirándole a los ojos a ella, pedí en voz alta una cerveza. Pero aquí mi sorpresa fue mayor, me miro sin inmutarse hizo una mueca y se retiro para que pudiera coger la cerveza.

Volví a la mesa y se lo comente a mi acompañante. Me había visto sin conocerme y aquellos ojos eran como los de ella pero no era ella. La seguí observando hasta que se fueron, los gestos y las formas eran sin duda de aquella muchacha y el traje era el mismo que había traído en un par de ocasiones en aquel verano mallorquín de eso estaba también seguro.

La cosa quedo ahí, hasta que la temporada siguiente volvió mi cliente para los preparar los documentos de volver abrir el restaurante. Lo primero que le pregunte fue por el cocinero y me dijo que el hombre no acababa de reponerse y fue cuando le dije si no hubiera sido mejor que hubiera dicho que su mujer le había abandonado y no decir que se había muerto. A lo que mi cliente me dijo que era cierto que había fallecido pues él había estado en el tanatorio y en entierro. Así que le conté lo que me había ocurrido.

Todavía puedo escuchar sus carcajadas. El misterio quedo al descubierto. La esposa del cocinero, era de la Carolina y tenía una hermana gemela, que había estado en el entierro y que era idéntica a la difunta. Lo del traje era normal, eran de la misma talla y no era cosa de no aprovecharlo. Y todo lo demás fruto de la casualidad.

Pero sus ojos no decían lo mismo y evitaron que hubiera metido la pata.

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